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Estrategia centrada en las personas

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Combatir el fraude grave, la corrupción y el soborno dentro de las organizaciones requiere mucho más que controles técnicos y operativos. Se necesita un enfoque profundo en las personas que conforman la organización. La “estrategia centrada en las personas” desempeña un papel crucial en la promoción de una cultura de integridad, en la responsabilización de los comportamientos y en la gestión eficaz de los riesgos relacionados con el fraude y la corrupción. Los empleados, los directivos y sus comportamientos son a menudo la clave para prevenir y detectar formas graves de fraude.

Una estrategia centrada en las personas para combatir el fraude no debe limitarse al nombramiento de responsables de cumplimiento o a la implementación de sistemas de denuncia. Requiere un enfoque más amplio, que promueva comportamientos éticos, refuerce los controles internos e invierta en la cultura organizacional y la formación. Desarrollar una cultura que rechace activamente el fraude, la corrupción y el soborno –y que al mismo tiempo brinde a los empleados la confianza necesaria para denunciar irregularidades– es esencial para cualquier organización que desee protegerse de estos delitos graves.

Este artículo explora los desafíos que enfrentan las organizaciones al implementar una estrategia centrada en las personas que contribuya eficazmente a la lucha contra el fraude, la corrupción y el soborno. Analizamos el papel del liderazgo, la cultura, la formación, la influencia del comportamiento, la responsabilización y motivación de los empleados, así como la necesidad de contar con recursos y sistemas adecuados para monitorear comportamientos y reaccionar ante las infracciones.

El papel del liderazgo en la estrategia centrada en las personas

El liderazgo es uno de los elementos más influyentes de una estrategia centrada en las personas. La actitud y los valores de la dirección dan forma a la cultura de la organización e influyen en el comportamiento de los empleados. Los líderes no solo deben promover una conducta ética, sino también servir de ejemplo, actuando con los más altos estándares de integridad y transparencia. Deben asegurarse de que el fraude, la corrupción y el soborno no solo se condenen en papel, sino que realmente se combatan en la práctica diaria.

El desafío para los líderes es transmitir constantemente el mensaje de que el fraude y la corrupción no serán tolerados, al mismo tiempo que crean un entorno en el que los empleados se sientan seguros para reportar conductas no éticas. Esto requiere que los directivos asuman la responsabilidad de su rol en la promoción de una cultura ética y en la lucha contra las prácticas fraudulentas.

Los líderes también deben invertir en formación y desarrollo profesional para garantizar que los empleados comprendan las consecuencias del fraude y la corrupción, y tengan las herramientas necesarias para actuar con ética. Un liderazgo eficaz en la lucha contra el fraude requiere, por tanto, no solo políticas y controles, sino un compromiso profundo para construir un entorno laboral moral y ético.

Construir una cultura de integridad

La cultura organizacional tiene un impacto decisivo en el éxito de la estrategia centrada en las personas y en los esfuerzos para combatir el fraude y la corrupción. Influye en el comportamiento de los empleados tanto a nivel individual como colectivo. Una cultura basada en la integridad y la transparencia es esencial para prevenir el fraude y la corrupción, ya que promueve comportamientos éticos y facilita la denuncia de irregularidades.

El desafío consiste en construir una cultura donde la integridad sea la norma y donde los empleados sean recompensados no solo por su rendimiento, sino también por su adhesión a los valores éticos. Esto significa que las organizaciones deben ir más allá de aplicar las reglas: deben comunicarlas y hacerlas cumplir de manera coherente.

Crear esta cultura exige que los líderes refuercen continuamente la importancia del comportamiento ético y la responsabilidad individual en la prevención del fraude. Es fundamental que esta cultura esté alineada con los valores fundamentales de la organización y que los empleados perciban que su bienestar y sus decisiones éticas son respaldados. Esto puede lograrse mediante comunicación abierta, canales seguros de denuncia y medidas estrictas contra los infractores.

Formación y sensibilización: catalizadores del cambio de comportamiento

Uno de los principales desafíos en la lucha contra el fraude, la corrupción y el soborno es cambiar el comportamiento de los empleados. Es esencial que comprendan qué son estos delitos, cuáles son sus implicaciones legales y éticas, y cómo pueden contribuir a prevenirlos. La formación específica y las campañas de concienciación son por tanto elementos clave de la estrategia centrada en las personas.

La formación no debe limitarse a explicar leyes o políticas de cumplimiento, sino también reforzar los valores éticos de la organización. Los empleados deben ser capaces de reconocer señales de advertencia, asumir la responsabilidad de sus acciones y responder adecuadamente ante situaciones de presión ética.

Estas formaciones deben ser prácticas, con escenarios reales y estudios de caso que ayuden a los empleados a tomar decisiones correctas en contextos realistas. Además, deben ser continuas, para que la conciencia se mantenga alta y los empleados sepan que cuentan con apoyo para actuar éticamente.

Influencia del comportamiento y responsabilización: reforzar el compromiso

La influencia del comportamiento desempeña un papel importante en el éxito de una estrategia centrada en las personas. Promover una cultura de responsabilidad y ética requiere que los empleados sean responsables de sus acciones y del impacto que estas tienen en la organización y sus partes interesadas. Deben establecerse mecanismos claros para reforzar esta responsabilidad en todos los niveles.

Para que el cambio de comportamiento sea sostenible, los empleados deben estar motivados. Esto puede lograrse mediante incentivos tanto positivos como negativos. Los comportamientos éticos deben ser reconocidos y premiados, mientras que el fraude y la corrupción deben acarrear sanciones severas. Esto crea un clima donde se valora la ética y se toman en serio las consecuencias de las malas prácticas.

La responsabilización no debe centrarse solo en el individuo. La organización debe fomentar también la responsabilidad colectiva, donde los equipos y departamentos sean conjuntamente responsables del cumplimiento de los estándares éticos. Esto puede promoverse a través de objetivos colectivos e indicadores de desempeño vinculados a la integridad.

Tecnología e innovación en la estrategia centrada en las personas

La integración de la tecnología en la estrategia centrada en las personas puede ser una herramienta poderosa para reforzar la prevención y detección del fraude. La tecnología permite automatizar procesos, monitorear el cumplimiento de las directrices éticas e incluso analizar comportamientos para identificar riesgos potenciales.

Por ejemplo, las herramientas de análisis conductual pueden detectar anomalías que indiquen fraude o corrupción, mientras que las plataformas de denuncia permiten a los empleados informar irregularidades de manera sencilla y segura. La tecnología también facilita la recopilación y procesamiento de datos que ayudan a identificar transacciones sospechosas o patrones de comportamiento de riesgo.

Por tanto, la tecnología no solo mejora las capacidades de detección, sino que también contribuye a crear una cultura de transparencia y responsabilidad dentro de la organización.

La esencia de una estrategia centrada en las personas en la lucha contra el fraude

Una estrategia centrada en las personas es esencial para tener éxito en la lucha contra el fraude, la corrupción y el soborno. El liderazgo, la cultura, la formación, la responsabilización y el uso de la tecnología constituyen sus pilares. Sin embargo, no basta con introducir normas y procedimientos: es necesario promover activamente una cultura de trabajo ética e íntegra.

El verdadero reto es fomentar de manera coherente y proactiva una cultura de integridad, en la que los empleados se sientan respaldados para prevenir y denunciar el fraude. Esto requiere un compromiso continuo por parte del liderazgo, programas de formación eficaces, herramientas tecnológicas adecuadas y un clima organizacional en el que todos sean conscientes de su responsabilidad. Solo integrando plenamente estos elementos en la estrategia de gestión de personas, las organizaciones podrán protegerse eficazmente frente a las graves amenazas que representan el fraude, la corrupción y el soborno.

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